top of page

Octubre 2017

LA CONDESA SANGRIENTA

Este libro trata sobre una de las primeras asesinas en serie de las que se tiene documentación histórica: Elizabeth Báthory (1560-1614), una aristócrata húngara, cuyo poder le permitió cometer todo tipo de atrocidades. La condesa sangrienta está escrito por Alejandra Pizarnik quien, con una prosa exquisita, describe las depravaciones de Báthory. Relata los acontecimientos de una manera que convierte en bello y atrayente lo más dantesco. Como si los actos de la protagonista fueran los de un artista enajenado y no sólo crímenes espantosos.

 

Cada frase que elabora Pizarnik va directa al sistema límbico, donde se encuentran los instintos humanos (como el hambre, los instintos sexuales, las emociones, el placer o la agresividad), y nos conduce a un baile frenético y sensual, adentrándonos en las tinieblas del corazón de la protagonista. La misma autora reconoce fascinada que nunca le volvió a suceder nada parecido a lo que consiguió con La condesa sangrienta, como si su ser se hubiera unido a Elizabeth para elaborar un cuento gótico, tan real como difícil de creer.

Esta obra ha alcanzado la perfección, al añadirse el dibujo de Santiago Caruso en la edición que sacó la editorial Libros del Zorro Rojo. Las ilustraciones logran una simbiosis única con la narración, sumergiéndonos en una especie de sueño, de trance que nos traslada al castillo de la terrible dama medieval.

Santiago Caruso posee un estilo que recuerda a William Blake, con una notable influencia del simbolismo, y la pintura del siglo XIX. Su pincel, como un bisturí, abre el mundo exterior que es mera apariencia, y llega hasta las entrañas de la verdad. Esto sólo se consigue evocando todos los sentidos, a través de la intuición y contemplación, para llegar a la esencia pura que se esconde detrás de las meras apariencias. Un dibujo oscuro y perturbador, pero atrayente e hipnótico, como la protagonista del libro.

Dejo a continuación parte del libro que evoca de manera sublime el espíritu del mismo:

"los placeres sexuales, por ejemplo, por un breve tiempo pueden borrar la silenciosa galería de ecos y de espejos que es el alma melancólica. Y más aún: hasta pueden iluminar ese recinto enlutado y transformarlo en una suerte de cajita de música con figuras de vivos y alegres colores que danzan y cantan deliciosamente. Creo que la melancolía es, en suma, un problema musical: una disonancia, un ritmo trastornado. Mientras afuera todo sucede con un ritmo vertiginoso de cascada, adentro hay una lentitud exhausta de gota de agua cayendo de tanto en tanto. Pero por un instante -sea por una música salvaje, o alguna droga, o el acto sexual en su máxima violencia-, el ritmo lentísimo del melancólico no sólo llega a acordarse con el del mundo externo, sino que lo sobrepasa con una desmesura indeciblemente dichosa; y el yo vibra animado por energías delirantes".

bottom of page